Mamá, ¿Qué está dándole ese señor al pajarito?, pregunta tu niño. “Creo que es un grano de cereal. Así el pajarito se acercará a él con más frecuencia”, responde tu como mamá. Así también son los niños. Cuando se les da una recompensa por algo ¿qué hacen?, eso (un elogio o una palmadita en la espalda) provocará en el niño el mismo buen comportamiento en futuras ocasiones, si no se exagera el hecho.
El castigo por el contrario, puede hacer que el niño no vuelva repetir lo que ha hecho. El castigo físico es a veces eficaz, pero como las medicinas, puede tener efectos secundarios nocivos. A veces el niño aprende lo que tú quieres cuando lo castigas, pero también aprende a ser violento.
Si el castigo físico es frecuente, el niño se acostumbrará a él y cada vez habrá que castigarlo con más fuerza para que sea efectivo, y esto seguramente no es lo que tu deseas.
Recompensas y castigos son medios muy valiosos con que cuentan los padres para enseñar a los hijos muchas cosas, desde aprender tareas académicas hasta mostrar sentimientos positivos hacia otras personas. Pero son valiosos en la medida en que sean bien utilizados. En caso contrario tú podrías estarle enseñando exactamente lo que no quieres que aprenda.
Ya sean recompensas o castigos, ten en cuenta esta primera regla: “No castigues o premies de acuerdo con su estado de ánimo, sino de acuerdo con la acción del niño”.
Las recompensas y el aprendizaje
Las recompensas ayudan al niño a cultivar buenos hábitos y buen comportamiento. Puedes recompensar cualquier cosa que el niño pueda y sepa hacer.
Con frecuencia elevamos mucho las metas que imponemos a los niños. A menudo los padres dicen “te daré un premio si eres el mejor estudiante de tu curso este año”. Esto sería justo para el niño hábil, que aprende fácilmente. Pero los niños son distintos y tal vez para algunos ser el mejor del curso sea sumamente difícil.
Si se le exige demasiado, se sentirá ansioso, tendrá miedo de fracasar y obviamente no podrá complacerte ni sentirse bien consigo mismo.
El niño que se encuentra oprimido hasta el punto de sentirse extremadamente nervioso, asustado e inseguro, puede creer que es incapaz de triunfar y evitará enfrentarse a situaciones difíciles por miedo a fracasar. Esto no significa que no se le pueda exigir al niño su máximo rendimiento, sino que “todo padre inteligente debe evitar perjudicarlo pidiéndole más de lo que él puede dar”.
No le exijas metas muy elevadas al comienzo. Empieza premiándolo por cosas que estás seguro que el niño puede y sabe hacer. Lentamente le podrás pedir un poco más en la siguiente ocasión.
Recompensas que se pueden usar
Hay muchos tipos de recompensas que puedes usar y que son agradables por sí mismas (un caramelo, un juguete, etc.) y son recomendables para niños muy pequeños cuando se está iniciando el aprendizaje difícil o cuando otro tipo de recompensas no funcionan y siempre deben ir acompañadas de un “muy bien”, una caricia, un beso, una sonrisa, algo que manifieste al niño que te agrada lo que él hace. Para el niño es más importante tu atención y afecto que las cosas mismas.
Otros premios son recompensas porque con ellos se puede obtener algo agradable. Dinero para comprar lo que él quiera, el permiso para hacer algo que al niño le gusta (ver televisión, ir a un paseo, ir al cine, etc.). Y sobre todo las recompensas que provienen del cariño, del afecto de otras personas; su agrado, su elogio y sus caricias, deben siempre acompañar a otro tipo de recompensa, cuando no funcionen por sí mismas.
Con el tiempo el niño aprenderá a valorarlas y ya no serán necesarios los premios materiales. Asegúrate de que el premio que vas a utilizar es algo agradable para el niño. Puedes escoger con él la recompensa.
¿Cuándo usar las recompensas?
Al comienzo del aprendizaje las recompensas deben darse inmediatamente después que el niño haga lo que se desea y cada vez que lo haga.
Tenga cuidado en la primera fase, de no agotar al niño con las recompensas. Si le das 20 golosinas en una tarde, éstos dejarán de ser un premio. El mejor criterio es ver cuánto desea el niño habitualmente (antes que se use como recompensa) el objeto que le va a dar o la actividad que le va a permitir.
¿Cuánto tiempo ve la televisión, cuando puede hacerlo sin restricciones?, ¿Cuántos caramelos come en el día? Con base en eso podrás decidir cuánta recompensa dar cada vez.
A medida que veas que la conducta deseada es más frecuente, deberás ir espaciando (muy gradualmente) las recompensas. Cualquiera sea el criterio (por ejemplo cada dos o tres conductas, cada media hora, etc.), debe ser muy claro tanto para ti como para el niño. Discute con él las reglas del juego. No ofrezca premios a muy largo plazo o por hacer demasiadas cosas pues el niño olvidará lo prometido y la recompensa perderá valor.