El desarrollo psicológico del bebé es algo absolutamente complejo. Para hacer un pequeño resumen se podría decir que el niño no es consciente de que la madre es alguien separado a su persona, en un momento de su desarrollo que puede abarcar desde el quinto hasta el noveno mes se sucede una cierta secuencia de cambios en el cual el pequeño reacciona sobre esa realidad y lo angustia.
En un mundo donde las familias se han convertido plenamente laborales, con trabajos, obligaciones, reuniones, deudas y quehaceres; las mujeres han tomado un gran protagonismo. Los roles sociales ya no están compaginados y estructurados según el sexo, consecuentemente la palabra ‘unisex’ ha copado la mayor cantidad de ámbitos en el mundo.
Por esta razón, los abuelos, abuelas, tíos o tías terminan al cuidado de los jovencitos por lo menos durante el tiempo en el cual las madres realizan sus obligaciones.
En cierta etapa del desarrollo puede suceder que, a pesar de su buena relación con los abuelos o quien esté cuidando de él, el bebé comienza a llorar desconsoladamente con angustia y sin un motivo evidente que lo ocasione. Esto se conoce con el nombre de ‘la angustia del octavo mes’, un proceso plenamente normal donde el niño reacciona de que su madre ya no está allí y que puede ‘perderla’, pues no es una prolongación de su persona como él creía.
Esto viene acompañado de todo un conjunto de factores que han facilitado al bebé el entendimiento de su nuevo proceso de independencia, tales como el gateo, la articulación de algunos sonidos, el comienzo del entendimiento de algunos conceptos y las nuevas atracciones para explorar. Un grupo de estímulos que sin duda le ha hecho entender que su madre no estará allí siempre como él quisiera, o como el creía.
En primer lugar hay que entender que este proceso es común a la mayoría de los niños y que si bien es angustiante para el pequeño, es absolutamente normal y sano que suceda. Después de todo, a los adultos también les da miedo el cambio o lo desconocido y muchos tienden a buscar el modo de poder permanecer de una forma por la mayor cantidad de tiempo posible.
El niño por su parte también intentará realizar algo semejante, de esta manera se podrá observar ciertos cambios en la actitud de su persona con el resto de la gente. Probablemente por sentirse desprotegido; el mundo de los bebés ronda mucho por sobre el eje del sentirse protegido con cosas simples tales como los brazos de su madre.
Por ello, puede que su conducta se observe distante. En muchos casos dejan de sonreír o de jugar, pasan un tiempo de forma irrisoria para luego volver a su estado normal. A veces tienden a la introversión y al desgano, incluso con aquellas personas de la familia que él más quiere.
El error más común que cometen otros adultos en esta etapa es considerar que estos signos sean simples berrinches o caprichos del niño, cuando en realidad está sufriendo la ausencia de su madre y su proceso de independencia. Algo que no volverá a ocurrir hasta la adolescencia donde diversos procesos semejantes se expresan de manera semejante y distinta a la vez.
El proceso es plenamente psicológico, no durará demasiado tiempo siempre y cuando se lo trate de manera adecuada. Para comenzar, la madre será requerida para que abrace al niño cada vez que se sienta desprotegido y por otro lado también será bueno buscar un sustituto. Por lo general esos sustitutos terminan siendo mantas o peluches al cual el niño se apegará y convertirá en su compañero de aventuras cotidianas. Pero lo ideal es no generarle nuevos traumas, por esta razón está totalmente desaconsejado la realización de mudanzas, cambios bruscos o viajes largo durante esa etapa.
Será mejor posponerlo para otra oportunidad o de lo contrario se le podrá crear un gran ámbito desfavorable al joven.
También hay que tener en cuenta que la energía demandada por el niño será muy agotadora, pues en su penar psicológico necesitará mucho de su madre y la perseguirá hasta donde pueda. No es bueno que se le obligue a salir o a separarse de mal modo, por lo contrario será mejor que la madre sea quien decida tomarse algunos minutos para sí misma y poder descansar de estas obligaciones hasta que la etapa finalice.
Para disminuir el estrés generado por la ausencia materna, es una buena idea que la madre comience un proceso de enseñanza a través de juegos. Jugar a las escondidas con el bebé es una buena idea, en la cual la madre esconde su cara debajo de la mesa o detrás de un muro y vuelve a aparecer con algún gesto que desenlace la sonrisa en el bebé. De esta manera se va generando un concepto en el niño de que siempre que la madre se vaya, volverá. Y que por más que el no pueda verla, sabrá que tiene pensado regresar.
El abandono es quizá el miedo más grande que todo niño puede sentir en su infancia, posteriormente habrá etapas parecidas en otros momentos del crecimiento.
Por lo general no es necesario ninguna consulta con el pediatra, puesto que en promedio este signo no dura más de dos semanas. Pero hay caso excepcionales tanto para menos cantidad de días como para más. En caso de que el ánimo del niño esté visiblemente afectado e incluso no quiera comer, será mejor realizar una consulta con el médico pediatra. Él podrá indagar sobre el caso y determinar qué es lo que puede estar alargando el proceso e incluso aconsejar.
La madre tiene que ser consciente que este es un proceso normal y que va a demandarle una inversión extra de energía para que su hijo no se sienta desprotegido; que comprenda que ella lo quiere y que siempre tendrá pensado regresar, desechando la idea de poder ser abandonado. El padre puede acompañar y ayudar en el proceso, pero más que nada esta es una cuestión entre la madre y su bebé.